miércoles, 2 de febrero de 2011

Era una mancha de azul cobalto....



Cuando era pequeña, me gustaba mucho mirar los mapas y marcar, de algún modo, donde me gustaría ir.
Siempre me fijaba mucho en las pequeñas manchas azules, recónditas, que habían entre tierras lejanas. Hace unos meses, volví a buscar en mis mapas de infancia, algunos de esos lugares donde me hubiera gustado ir... y tuve la gran sorpresa de que algunos, ya no estaban...




Este podría ser el prólogo para despedir al cuarto lago de agua dulce más grande del mundo, el Aral, pero no sería una despedida para recalcar que ha sido uno de los mayores desastres ecológicos de Asia, no, sería más bien una despedida sentimental, reflexiva... más poética y pasional.




Me gustaría pensar que estoy sentada en un mirador donde antiguamente rompían las olas, contemplando donde antes los barcos surcaban las cristalinas aguas.... ahora los barcos permanecen varados como solitarios centinelas, testimonios de la locura del hombre, devorados lentamente por un nuevo desierto. Los habitantes recuerdan con tristeza su niñez, los juegos en el mar, el momento en que aprendieron a nadar, las sirenas de los barcos, el dulce aroma a salitre, todo recuerdos de un pasado que se antoja ya muy lejano.


Desde donde estoy también diviso el antiguo puerto, donde las grúas permanecen solitarias como estatuas esperando nuevas mercancía, las fabricas parecen detenidas en el tiempo a la espera de nuevas capturas. Los niños juegan despreocupados sobre los esqueletos de los barcos, sin sospechar siquiera que esos amasijos de hierro surcaran algún día unas transparentes y azules aguas. Un recorrido por toda la región que rodeaba el mar pone de relieve la crudeza de la realidad.
Extensiones desérticas de sal que cruje bajo los pies, barcos abandonados a su suerte y que parecen preparados para zarpar en cuanto vuelvan las aguas.....


¿Qué futuro pueden esperar estas gentes? Probablemente ninguno, el futuro dejó de existir para ellos largo tiempo atrás, ya sólo se puede vivir el presente, tratar de sobrevivir en una tierra devastada, rodeados por un desierto que seca sus gargantas y respirar el aire contaminado transportado por el viento y que ha penetrado en sus cuerpos... si se cumplen las previsiones el agua podría llegar de nuevo en los próximos años, permitiendo a esos niños que hoy juegan en el desierto experimentar la dulzura del agua de la que vivieron rodeados sus padres y abuelos. Esta es la última oportunidad para uno de los lugares más tristes de la tierra, donde el futuro parece haberse evaporado junto a las aguas, dejando a su espalda tan sólo un pasado perdido....

....y tal vez esa mancha azul cobalto, que un día empezó a hacerse más pequeña y más pequeña, vuelva algún día no muy lejano a su tamaño original, y así podré al fin visitar ese punto marcado en mi mapa de niñez.

La cámara adora el Mar de Aral.

Más información en: www.wearewater.org


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